martes, 7 de febrero de 2012

Una tarde...


Las hojas de los árboles sometidas por el viento a una danza de salón, brillaban a la luz del sol, en su plenitud, anunciando la prontitud de un verano rojizo. El aire fresco mantenía su cuerpo en tono con la ciudad, a pesar de ser extraño en ella, o sentirse así, parecía uno más. Su sombra se deformaba y se escondía al paso incesante de los microbuses así como su espíritu se refugiaba meditando en el limbo de lo absoluto. El cansancio se le notaba en los pasos; el aburrimiento, en los ojos; la necesidad, en el alma. Levantó la mirada una vez más como buscando respuestas en los rostros de los peatones. Tres horas caminando, volando otra vez entre las imágenes de su vida, arrancando palabras a la profundidad de su ser. Las doce del día y la ciudad no cambia, la gente sigue al ritmo de sus trabajos, las miradas pérdidas se fijan en la nada, los brazos se extienden apurados peleando por subir en los transportes y los corazones melancólicos contestan celulares en los puentes peatonales.

Llega a la esquina de la universidad y siente la pesadez de los primeros bochornos de la estación que se avecina; el cuerpo pegajoso y la densidad del aire caliente no le impiden tratar de esconderse tras el humo de un pucho. Carajo, olvidé el encendedor. Sigue caminando, se enjuga la frente con una servilleta que se metió al bolsillo luego de almorzar y dirige los pasos hacia un quiosco. Seño, ¿me presta su encendedor?; en los periódicos, la primera plana seguía siendo la misma desde hacía un mes; “escándalo de los petroaudios acaba con premierato de Del Castillo”. ¡Gracias!, aquí tiene. Piensa que aún hay personas amables en la ciudad; ¿amable?, ¡pero si la tía contribuye a que me mate de poquitos! Tal vez contribuya en un afán nihilista de la humanidad, de los fumadores en general, no es posible que alguien fume sin saber lo que está haciendo, y menos aún, que alguien fabrique cigarrillos sin saber que aporta al razonamiento de la muerte como única solución a la vida. ¿Qué mierda digo? ¿Fumo como método de suicido progresivo? Si es así, este es el suicido más placentero de todos. Cinco para la una, me quedan quince minutos para llegar a clase. El cigarrillo se le termina; por inercia, saca otro como un vaquero desenfunda una pistola y la tiene lista para disparar, lo enciende con ayuda de la colilla anterior y sigue fumando. Se imagina que diría su madre si lo viese así; cabello largo y sin peinar, barba rala y descuidada, jean desalineado y rasgado, slaps grises, camiseta desteñida y, lo peor de todo, un cigarro en la boca. Hiso la pitada más larga de la tarde y con el mayor placer contuvo el humo dentro, su mente en esa imagen era como un placer secreto, exhaló con fuerza y una bocanada se impuso ante el estrepitoso sol de la tarde; una sonrisa endiablada se esbozó en su rosto. De la nada, su mente lo transporta a un paraíso de secretos, a su bosque de Merlín.

Grandes sauces cubren el cielo nocturno que, entre ramas, muestra una noche estrellada y el esplendor de Venus, en su más significativa belleza, adorna a la musa de las noches terrestres; la Luna, soberana y temeraria, se muestra en la rivera del río como asesina de tinieblas y portadora de esperanza; en complicidad del cosmos se refleja en las cristalinas aguas y penetra la esencia de la corriente que transporta su luz al nivel de los pastos del bosque. Susana, al fin te encuentro. Tanto tiempo buscándote entre los vivos, no pensé encontrarte entre los muertos. Siglos esperé por verte, años contuve el deseo de tocarte. El viejo Fausto Margarita te llamó, el Quijote una Dulcinea anheló y, entre los tres solo supimos recurrir a un Sherlock para hallarte. No es suficiente para ti esconderte entre los muertos, me obligas a despertarlos para buscarte, veo que mi locura es el placer de tus juegos mundanos.

¡BASTA YA! Basta de azotes y de ojos vendados, basta de pistas en caminos incorrectos; estas aquí y hoy nos enfrentamos destrozando los ojos en un fuego de miradas.

Caminamos por el valle de ojos llorosos, en un bosque tupido de neblina, neblina humeante de motores desgastados y aroma a eucalipto en cerros y montañas empinadas. Guitarras y tambores, un bajo y un piano, la música en el alma no pude negarse a la posesión. Todo en blanco y negro, todo en sepia, nunca en color; escala de grises. White and Brown. ¡Nuqa kanmi! ¿Puedo decir de alguna otra forma que te he buscado por siempre y que siempre has negado mi presencia?

Este momento es especial, ¿no piensas lo mismo? Todo se hiso para este momento y este momento es ahora todo lo que importa. Di algo mujer que me tienes impaciente. Te tengo cerca y no sé qué hacer, no sé qué decir; debo decir que estoy apenado por eso, aunque no sea lo más correcto. Sigues tan fría como siempre. La vida de esta imagen se congela en tu actitud y lo que se congela no tiene vida. Me quitas la vida. Quédate con mi memoria, con mi razón, ya no necesito nada más.

¿Su carnet? Lo olvidé, ¿le dicto mi código? Gracias.

Volamos al futuro enlazando nuestras manos sudorosas, el miedo de perderte se acentúa cuando siento la turbulencia en los aires que vienen del sur. No te sueltes mujer, agárrate de mi brazo. Todo lo que pase depende de la confianza que nos demostremos en esta aventura.

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